martes, 9 de junio de 2009

UNA ENSEÑANZA MAGISTRAL - JUAN 13.1–15





Si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros, porque ejemplo os he dado para que, como yo os he hecho, vosotros también hagáis.»



Nuestra tendencia a separar lo espiritual de lo no espiritual nos ha llevado a mirar con cierto desprecio las tareas más ordinarias de la vida cotidiana. En ocasiones hasta habremos apresurado la realización de algún quehacer doméstico para que nos quede más tiempo para las actividades que consideramos más «productivas».La escena de esta meditación, revela que aun las tareas más insignificantes pueden estar cargadas de significado espiritual. La diferencia no se encuentra en la faena, sino el corazón de quien la realiza.



La decisión de lavar los pies a sus discípulos está cargada de significado eterno. Juan narra que Jesús sabía «que su hora había llegado para que pasara de este mundo al Padre» (v. 1) y que «el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que lo entregara» (v. 2). Además de esto, Jesús también era consciente de que «el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios y a Dios iba» (v. 3). Lo interesante, sin embargo, es que las profundas connotaciones de este momento no afectaron para nada su conexión con el mundo real y palpable de todos los días. Es decir, su espiritualidad no lo llevó a perder contacto con lo cotidiano, sino que le ofreció el marco para que su presencia en el mundo fuera de mayor impacto.

Jesús no podía alterar en nada el curso que el Padre había trazado para su vida, ni podía asegurar algún tipo de beneficio personal en su decisión de lavarle los pies a los suyos. No obstante, se entregó a esa tarea con el mismo amor y la misma ternura que lo habían caracterizado durante sus tres años de servicio. Su actitud revela la más pura expresión del servicio, aquella prestación que está libre de alguna expectativa de un beneficio personal, «no esperando nada a cambio» (Lc 6.35)
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Apóstol David Lladó
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