miércoles, 17 de junio de 2009

Alma abatida / Salmos 42:5

Este es un salmo escrito por un hombre envuelto en una profunda lucha personal. En el versículo 3, el salmista describe su condición: «Mis lágrimas han sido mi alimento de día y de noche.» En el versículo 6, con una franqueza que nos asombra, confiesa: «Dios mío, mi alma está en mí deprimida.»

Para muchos de nosotros, la depresión es inadmisible en quienes pertenecen al pueblo de Dios. ¿Cómo alguien que tiene acceso al poder ilimitado del Dios de los cielos y la tierra puede llegar a estar deprimido? Creyendo que esto es un pecado, con frecuencia nos presentamos como valientes, intentando convencer a nosotros mismos y a otros que estamos viviendo la victoria de Cristo cada día, y muchas veces estamos hundidos en una profunda depresión.


La verdad es que la vida con frecuencia nos lleva por caminos en los cuales experimentamos toda gama de emociones y sentimientos que son propios de nuestra frágil humanidad. En la honesta confesión del salmista no encontramos otra cosa que la sincera expresión de sentimientos con los cuales todos hemos luchado en ocasiones. Hasta el Hijo de Dios no se vio librado de ellos; frente a la inminencia de la muerte, confesó a sus más íntimos: «Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte.» (Mat 26:38)


El problema no está en experimentar estos sentimientos. Ellos son la reacción de nuestra alma a situaciones adversas y tristes; normales en cualquier persona. El problema radica en la tendencia a dejar que nuestros sentimientos sean los que gobiernan nuestra vida. Es precisamente en esto que muchos cristianos caen. Ceden frente a los sentimientos de abatimiento, angustia, tristeza y desánimo y esto los lleva a abandonar la oración, el congregarse y su devoción a Dios, lo cual, a su vez, produce aun mayor depresión.


Nuestros sentimientos son inestables, cambiantes y poco confiables. Piense en todas las cosas que tenemos que hacer cada día y que no podemos depender de lo que sentimos. El solo salir de la cama cada mañana implica una batalla grande con sus sentimientos. Usted hace caso omiso de lo que está pasando en su interior, y saca el pie de la cama de todas formas.


El Salmista reconocía el peligro de permitir que sus sentimientos comenzaran a dirigir su vida, y él mismo confronta con firmeza a su corazón: « ¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí?» Luego, con tono firme, le dio una orden: «Espera en Dios, pues he de alabarle otra vez por la salvación de su presencia.» Esto es imponer los principios eternos de la Palabra sobre los sentimientos pasajeros del momento. Esta disciplina tenemos que vivirla para enseñar y apoyar a tantas personas que necesitan ayuda empezando hasta mismo en nuestro hogar.



Ptra. Ronilda de Lladó

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