lunes, 13 de julio de 2009

Un camino de doble sentido - Juan 15.4-5

Ni bien la rama es quitada de la planta, se seca y muere. No puede subsistir por si sola, y mucho menos podrá llevar fruto. Todos los elementos que necesita para la vida están en la vid. No puede almacenarlos, ni tampoco desarrollar la capacidad de proveer eventualmente para sus propias necesidades. Su única esperanza es la de nutrirse de la vid, y para eso debe permanecer en ella.


Cristo llamó a los discípulos a permanecer en él, porque sin él no podían hacer nada. Es importante que notemos lo categórico de esta frase. No es que, separados de él, las cosas van a ser más difíciles, o que nuestros logros serán pequeños. Cristo les dijo que no habría una sola cosa que pudieran realizar si no estaban unidos a él.



¿Qué significa, entonces, este «permanecer» en él? La rama tiene una relación continua con la planta. No se encuentra con la vid una vez por día, o dos veces por semana. Se nutre de la vid en todo momento. De manera que permanecer, en su sentido más sencillo, implica abrirse a cada paso a la vida que Cristo quiere producir en nosotros. Es poner toda la atención y el enfoque de nuestra vida sobre Él, buscando que Él sea el todo de nuestra existencia. Cristo, sin embargo, añadió otra condición para dar fruto. Les señaló a los discípulos que también era necesario que él permaneciera en ellos. En esto vemos claramente que la relación no depende enteramente de nosotros. Muchas veces, con nuestra lista de actividades que intentan cultivar una vida espiritual, creemos que estamos permaneciendo en él. Más Cristo dijo que todo esto tendría poco valor si Él no permanecía en nosotros. ¿Y cómo permanece él en nosotros? Él les dijo «Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros…» (v. 15.7), dando a entender que se trataba no solamente de buscarlo, sino de prestar atención a lo que él nos habla. En el caso de que siguieran sin entender, añadió «si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor». Es decir, toda nuestra devoción, nuestra alabanza y nuestras oraciones, no tienen sentido si no están acompañadas de una vida de obediencia a él. Es en el cumplimiento de sus mandamientos que nos aseguramos que Él tiene participación en nuestras vidas, y no solamente nosotros en la de Él.


Debe quedar claro, entonces, que esta vida a la que hemos sido llamados no podrá prosperar si insistimos en dirigirla nosotros. No se nos ha pedido que nos esforcemos por buscarlo, sino que dejemos que él dirija nuestra vida. Esto implica que nuestras actividades no son tan importantes como las actividades que él realiza en nosotros.

«El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él» (Juan 14. 17).



Ptra. Ronilda de Lladó


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