Durante cuarenta interminables días el gigante Goliat salía dos veces por día, por la mañana y por la tarde. Este lanzaba su desafío a los hombres del ejército de Saúl, sin embargo no se encontraba un solo hombre para hacerle frente al filisteo incircunciso. Los Israelitas estaban reunidos pero permanecían quietos. Saúl había convocado a su ejército para la guerra. Ellos acamparon en el valle de Ela, y se pusieron en orden de batalla contra los filisteos. Allí se reunieron los mejores hombres, los más capaces y fuertes, eran los mejores soldados de Israel. ¡Pero algo sucedía¡ todos ellos permanecían quietos, no entraban en combate. Amados, cuantas iglesias están como Israel, inmóviles, no marchan, están intimidadas. Cuantas personas se reúnen con planes y estrategias pero siguen quietos. La batalla no se gana solo por reunir ejército, o el convocar a los guerreros. Las batallas sólo se ganan cuando se toma la decisión de entrar en combate. El ejército Israelita que acompañaba a Saúl, eran tan indeciso y pasivo que no mostraba firmeza y determinación para atacar. Ellos estaban amedrentados, Goliat los había intimidado, sus enemigos se burlaban de ellos. Israel solo servía para escarnio, vergüenza y humillación. Las tropas estaban reunidas pero no se movían. Esto nos suena familiar, cuantos creyentes e iglesias han perdido su rumbo espiritual. Las reuniones se han convertido en un fin, cuando en realidad el propósito de la reunión es alistar las tropas para la batalla. Para muchos de nosotros el compromiso consiste en reunirse y luego desbandarse, esto no afecta ni intimida al diablo. Hay una gran diferencia entre el creyente y el discípulo: el creyente lucha por crecer, el discípulo lucha por reproducirse, El creyente: su meta es ganar el cielo, el discípulo: Su meta es ganar almas para el cielo. El creyente: espera milagros, el discípulo: obra en milagros. El propósito para el cual existe la iglesia es de: “…anunciar las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable”. I Pedro. 2. 9. La palabra de Dios debe ser anunciada a los cuatro vientos de la tierra. Debemos afectar las tinieblas con la luz gloriosa de Cristo Jesús, para que sean transportadas las almas perdidas de las tinieblas al reino de la luz admirable de Cristo. Dios los bendiga.
Apóstol David Lladó H. V.
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