lunes, 29 de diciembre de 2008

Un hombre justo/ Mateo 1:18-25

Los proyectos del Señor siempre se extienden más allá del pequeño círculo de nuestra propia existencia. La bendición que él trae a nuestra vida es apenas una pequeña parte del gran proyecto de la eternidad, cuyas dimensiones nosotros ni siquiera podemos imaginar. Aún desconociendo los detalles de esta empresa celestial nos resultará provechoso recordar que somos parte de un pueblo y que en toda obra que Dios emprende la realiza pensando en el bien de muchos.
José desconoce por completo cuál es su parte en el extraordinario proyecto misionero que el nacimiento de Cristo significa. Repentinamente se encuentra envuelto en una situación profundamente humillante. La mujer con quien ha decidido contraer matrimonio está embarazada. El evangelio de Mateo no nos ofrece ningún comentario sobre el terrible golpe que esta noticia debe de haber representado para José. Nuestra propia experiencia nos lleva a creer que el debe haber sentido en la más profunda de las angustias. ¡Cuántas preguntas pasaron por su mente! Y no padecía solamente esto, también debía decidir ahora el mejor camino a seguir.
El evangelista comenta que José era un hombre justo. El que lo fuera no indica que supiera cómo salir de la situación, pero sí nos da una pista clara sobre lo que más importa en momentos de crisis. La forma correcta de manejar una situación compleja no descansa tanto en nuestra capacidad de seguir un procedimiento preestablecido, sino en ser la clase de persona que siempre actuará con integridad sin importar el desenlace particular de las circunstancias.
Al igual que Zacarías, Elizabeth y María, José era una persona con un camino recorrido en la vida espiritual. La relación que había cultivado con Dios le proveyó, en ese momento intensamente doloroso, una clara dirección: hacer lo que era correcto y justo delante de los ojos del Dios que siempre había seguido.
Aún mientras meditaba sobre los pasos particulares que debía tomar, un ángel del Señor se le aparece en sueños. Cuando existe un intenso deseo de hacer lo que es bueno, Dios mostrará, por el medio que él escoja, el camino a seguir. En este caso el mensajero celestial le provee una perspectiva completamente inesperada: «no temas recibir a María tu mujer, porque lo que se ha engendrado en ella es del Espíritu Santo». Una vez más lo inexplicable tiene explicación, aunque esta jamás se nos hubiera ocurrido a nosotros.
En cuántas situaciones nos hemos apresurado a arribar a conclusiones equivocadas por no poseer toda la información necesaria sobre una situación. La persona sabia siempre deja margen para el error. Aun cuando las conclusiones a las que arribamos parecieran ser el producto de un irrefutable proceso de razonamiento, es posible que nos hayamos equivocado en ellas. La cautela a la hora de arribar a conclusiones es apropiada porque nuestro conocimiento de los hechos siempre es precario. Hacemos bien en desconfiar de las conclusiones a las que tan confiadamente quiere llegar nuestro corazón.
¡Dios los bendiga!

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