lunes, 28 de noviembre de 2011

LA MALDICIÓN DE LA IGNORANCIA / Apocalipsis 3:17


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3:17 Dices: Soy rico; me he enriquecidoy no me hace falta nada ; pero no te das cuenta de que el infeliz y miserable,el pobre, ciego y desnudo eres tú.

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En muchas ocasiones, estudiando este pasaje con misalumnos, les he preguntado cuál creen ellos que era el problema en la iglesiade Laodicea.He recibido una diversidad de respuestas que intentan explicar dónde estaba elerror de esta congregación. Algunos piensan que la iglesia sufría de una faltade compromiso. Otros opinan que su problema principal era el orgullo. Aunotros más son de la idea de que la
congregación era muy individualista.

Todos estas condiciones pueden ofrecer una posible explicación a la fuertecondena que recibió de parte del Señor. Seguramente muchas otros problemasespirituales eran parte de la realidad de esta congregación. Ninguna de estas,sin embargo, tocan sobre la cuestión fundamental que afectaba a la congregación.La clave está en el versículo sobre el cual hoy reflexionamos, y se encuentraen la frase no sabes.

La verdad es que muchos elementos pueden condicionar nuestro crecimientoespiritual. Cuales quiera que sean, no obstante, elverdadero obstáculo para nosotros se encuentra en no poderlas discernir. ¿Cómose puede tratar una enfermedad si uno no está enterado de su existencia? ¿Cómose puede remediar un problema si uno no tiene conciencia de que ha surgido? Demanera que la verdadera dimensión de la dificultad que enfrentaba a la iglesiade Laodicea no estaba en la dificultad en sí, sino en el desconocimiento de queexistía una situación que necesitaba ser remediada.

Esta pequeña pero importantísima diferencia es crucial para nosotros. Ningúnser humano, sin embargo, puede realizar un diagnóstico acertado de su propia condiciónespiritual. ¿Quién puede decir: Yo he limpiado mi corazón, Limpio estoy de mi pecado?,pregunta el autor de Proverbios (20.9). La respuesta está implícita enla misma pregunta. Nadie puede afirmar que ha limpiado su propio corazón. Estaes tarea para el Espíritu de Dios, quien escudriña y examina todas lascosas a la luz de los principios eternos de la verdad. Antes de que podamostratar un problema en nuestras vidas, entonces, ¡es necesario que nos enteremosde la existencia de ese problema!

Es muyimportante que cada uno de nosotros tomemos tiempo constantemente para que elSeñor pueda examinar nuestra vida, y todas las circunstancias externas yexternas que la implica (mi vida personal, mi familia, mi ministerio, mitrabajo, mis estudios….)

Solamente el diagnostico de Dios acerca de nuestra verdadera condiciónespiritual importa. Para eso, es necesario que vengamos ante su presencia despojándose de todo preconcepto, para hacer silencioy permitir que él nos diga qué es lo que discierne. No solamente tenemos queestar dispuestos a callar, sino también a que él nos sorprenda con lo querevela. Esta es la dramática diferencia entre la evaluación de la iglesia deLaodicea y la de Cristo. Ellos decían que eran ricos. ¡Cristo decía que eranpobres, ciegos y desnudos! Es posible que esta misma diferencia abrumadoraexista en nuestras propias vidas. Solamente él la podrá revelar.


Apóstol David Lladó

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