miércoles, 17 de junio de 2009

La vid verdadera/Juan 15:1-2

Israel frecuentemente había sido representado, en el Antiguo Testamento, como una vid. En la mayoría de los casos, sin embargo, esto no constituía ningún halago, pues los profetas frecuentemente lo habían denunciado por la pobre calidad de su fruto. Cristo declaró a sus discípulos que Él era la vid verdadera. Él es la planta de la cual se nutre toda rama, todo gajo, toda hoja, todo racimo y toda uva. La iglesia no es la vid, ni tampoco lo son los pastores, ni los encargados de diferentes ministerios dentro de la congregación. La iglesia es parte de las ramas, pero lo que sostiene todo, y está en todo, y se mueve por todos, es Cristo.


El Padre no es la vid. El Padre es el dueño de la vid y el que la trabaja. Solamente él ve la vid en su totalidad y sabe dónde necesita ser podada, dónde necesita ser apuntalada, dónde necesita que la tierra alrededor de sus raíces sea movida. Él conoce las necesidades de la vid como nadie. El trabajo del Padre tiene el propósito de asegurar que la vid cumpla la función para la cual ha sido creada, que es producir vida y vida en abundancia.

Para asegurarse de este resultado el Padre realiza dos actividades fundamentales.


1) La primera actividad del Padre las ramas que no producen fruto las cortan y las echa fuera. En esto, Cristo no andaba con rodeos, sino que dejó absolutamente claro el procedimiento del Padre. La rama existe para llevar el fruto que la vid produce en ella. La rama que no cumple esa función no puede permanecer en la vid como adorno. De persistir su infertilidad, aun habiéndole proporcionado los cuidados necesarios, se la quita de la planta. Esa rama está utilizando recursos y energía que podrían ser aprovechados mejor por las ramas que sí son productivas.



2) Una segunda actividad del Padre tiene que ver con las ramas que producen fruto. Cristo no dijo que las ramas se comparaban entre ellas para ver quien daba más uvas, o quien producía la más sabrosa fruta. Tampoco dice que el Padre les da una «palmadita» por su buen trabajo en producir fruto. El Señor declaró que el Padre poda las ramas que dan fruto, para que produzcan mayor fruto. Cualquier productor sabe que este proceso, que es momentáneamente doloroso, acaba fortaleciendo la rama y la planta en general.




La analogía apunta a dos claras conclusiones. En primer lugar, no existen categorías de ramas, algunas con «llamado» y otras no. Todas las ramas, sin excepción, deben producir fruto. Ninguna rama ha sido destinada a la función de decorar. En segundo lugar, nadie se salva de la tijera de Dios, ni siquiera los que «andan bien». ¡Todos son podados! Algunos para vida, y otros para muerte.



Isaías 5: 1-7 ….. y pídale al Señor que le revele la pasión que el tiene por una vid robusta y productiva.

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PTRA. RONILDA DE LLADÓ

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