El que recibe a un profeta por cuanto es profeta, recompensa de profeta recibirá; y el que recibe a un justo por cuanto es justo, recompensa de justo recibirá. Y cualquiera que dé a uno de estos pequeños un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa». Cada uno de nosotros tocamos la vida de aquellos que están alrededor de nosotros, muchas veces sin siquiera saberlo. Quizás la mejor ilustración de este principio la podemos encontrar en la figura de Rahab. Muchas personas tienen dificultad de entender por qué esta mujer ha sido incluida en la lista de «héroes de la fe» de Hebreos 11. ¿Cómo podía una prostituta ser considerada como ejemplo para los creyentes?
El error de este planteamiento está, precisamente, en que ella no fue aprobada por su estilo de vida sino por la práctica del principio que Jesucristo enuncia a sus discípulos. Rahab había entendido que los espías venían de parte de un pueblo fuerte, que inminentemente invadiría su ciudad. Había escuchado de los asombrosos hechos que Jehová obraba en medio de ellos y decidió atar su destino al destino de los espías. Cuando los israelitas finalmente entraron en la ciudad de Jericó, salvaron la vida de ella y la de sus parientes. No por su propia justicia, sino porque había recibido a los dos espías. Podemos ver en las palabras de Cristo que existen elementos en el reino de los cielos que nosotros no percibimos, ni entendemos. Cuando un enviado de Dios visita a una persona, aun sin ser esta de la familia de la fe, viene bendición sobre la vida del que lo recibe. El hecho de haber sido bondadoso hacia los hijos de Dios tiene su propia recompensa, más allá de la conversión o no conversión de la persona.
El principio claramente ilustra que ningún discípulo vive su experiencia en Dios en forma aislada. Cada uno de nosotros tocamos la vida de aquellos que están alrededor de nosotros, muchas veces sin siquiera saberlo. Mas el compromiso de Dios es siempre con el bien de muchos, y utilizará nuestras vidas con ese propósito. Al concluir esta serie de reflexiones sobre las instrucciones que Cristo entregó a los discípulos, antes de enviarlos de dos en dos, no podemos dejar de señalar, una vez más, que de los treinta y siete versículos que las contienen, treinta y dos hablan de la persecución.
¡Qué tremendo contraste con nuestra perspectiva! Nuestra versión «domesticada» de la vida espiritual rara vez despierta oposición. Hemos perdido los elementos que la sociedad considera una amenaza. Jesús nos invita a volver a asumir la postura radical de aquellos que han tomado su cruz y están identificados con él. Las burlas, los cuestionamientos y la oposición hablan con mayor elocuencia de nuestra fe que cualquier palabra que podamos proferir a favor de ella.